sábado, 5 de diciembre de 2015

Capitulo sin número.



Desaparecí, creí creer. Me lo llevé todo conmigo excepto lo que había dejado como rastro o resto. Escribí múltiples veces más los susurros de mis emociones y entre tanta mala letra y mal sentir, me ahogue en mis palabras y acabé por enterrarme. 

Nunca he sido muy eficiente en cuanto “hablar claramente” se trata. Pero sigo intentándolo. Tampoco puedo negar que en más de tres ocasiones en una conversación por lo que medianamente normal se podría decir, me encanta dejar las cosas poco claras, ornamentadas de complejidades y distorsiones por esas pocas ganas de expresarme con diafanidad. ¿Qué le voy a hacer?

Me alcé, comencé a sentir una seguridad sobre mi misma fuera de lo habitual, comprensión y entendimiento… Todo fantásticamente dispuesto a hundirse con la primera y más fuerte prueba de superación. Fracasé. Me agarré a un farol que me desgastaba, me corroía más duramente que la sal marina con el paso del tiempo. Y fue entonces cuando lo perdí. No diría que tomase la decisión equivocada por la persona errónea, pero aún recuerdo con resquemor, como una pequeña espina clavada pidiéndole que se callara y me dejara tranquila. Y lo hizo. 

Fue a partir de ahí que comencé a dejar de saber expresar mis torbellinos mentales. Me hundí y llegué a degustar la fría arena del fondo del mar. Todo era sombrío, pero lo peor era que dentro de la propia sombra, me había convertido en LA NIÑA SIN SOMBRA.
Fueron años para levantarme, para aprender a caminar de nuevo sin nada a lo que respaldarse, aprendí que no podía estar cerca de alguien que me había obligado a abandonar a otra persona por su capricho y egoísmo. Y estos últimos cuatro años fueron un sinfín de subidas y bajadas en el carrusel de la vida. 

Los fuertes cambios hicieron salir a la fuerza cosas de mi misma, para adoptar de nuevas y más fuertes. Podría decir que no me siento la misma, y me obligué a creerlo para crearlo, a avivar mi mundo y aunque a veces recuerde que mi sombra ya no tiene rostro y que esta no me acompaña, sigue viviendo en mí. 

Las adversidades de este camino me han hecho de nuevo afrontar nuevos desafíos, extrañísimas experiencias que imposibilitan el hecho de tener días normales. Requería fuerza, necesitaba ser todo aquello que no lograba ser, o creer serlo  y así fue como apareció ella. Dispuesta a enseñarme la fuerza, el coraje y la soberbia. Tan pedante a veces, tan elegante, sin grietas en su coraza. Llena de sensualidad y valentía para hacer cosas que jamás habría imaginado o visto posibles. Se veía tan similar a mí y a la vez tan distinta… Todo lo que tenía iba a lucirlo de la mejor manera, con el mayor orgullo, y sabía que iba a triunfar. Ella era ese anhelo de todo aquello que quise ser tiempo atrás, decidió convertirse en la persona que me derrotaba con su artificial y utópico brillar. 

Tal vez es el tipo de persona que muchos definirían como una mala compañía. Pero hasta 'lo malo' te enseña cosas. 






martes, 19 de enero de 2010

Capitulo XVII- El reflejo de la lluvia.

Hoy vuelve a ser otro de esos días en los que la tristeza me devora.

No puedo parar de culparme y despreciarme de forma que no merezco. Contradictorio, eh?. Pero bueno, no consigo evitarlo.


Hate está ahí en todo momento, claro. Intenta encontrar una manera más llevadera para todo esto. Insiste e insiste con que mi solución no es la correcta, y debería detenerme. Y si, tiene razón, pero en esos momentos incluso su voz son solo silbidos que cosquillean en el interior de mi sesera.

Y así otra vez más, dejándome constancia de mi dolor.

Necesito un par de brazos estrechándome. O quizá ya me conforme con una manta gruesa y calentita donde pasar las horas a solas con mi misma.

Y las horas van pasando, sigo sin una manta material, pero llevo otra puesta. Esta me calienta las lágrimas que brotan desde el hueco mis ojos. Parecen chispas. Hay una ventana a mi izquierda, y allí fuera también está lloviendo, la verdad es que lleva así varios días ya. Apenas podía vislumbrar las finas gotitas que caían allá, pero parecía que mis ojos las reflejaban aquí dentro, dentro de mi



Encontré una cosa muy valiosa. Gris y preciosa. Y el miedo a dejarme llevar por otros sentimientos estúpidos, irracionales y alocados me lleva a una constante preocupación. Porque por nada querría yo perderlo.

Pero cómo puedo hacerme cargo yo de esos sentimientos tan fuertes si no soy capaz ni de recolocarme…

Debería salir de aquí antes de que pare de llover, no sea que se seque todo muy rápido y vuelta a tras.





“A rainy night outside your door.”

sábado, 9 de enero de 2010

Capitulo XVI-. El sueño de polvo de té.

Hoy tuve un lindo y horriblemente agobiante sueño. Y mientras vivía en este, todo el rato a mi mente venía un recuerdo de aquella historia tan conocida cuyo nombre no recordaré.


[…]

Al perder al hombre de la perilla en aquella multitud que entró en el ascensor del primer piso comencé a sentir un poco de desasosiego. La sala había quedado prácticamente vacía, o al menos eso pensaba hasta que pude ver a mi lado una especie de maquina recolectora de toallas limpias, la cual me recordaba mucho a un perro, un perro muy grande! Un dogo quizá. Pero eso no tiene importancia.
Al parecer ese “perro metálico” que guardaba toallas limpias en sus estanterías de los laterales había perdido a la misma persona que yo en esos segundos de masa humana. Decidí ayudarle a encontrarlo. Apreté el botón de llamada de el ascensor de al lado, y en unos segundos más, este bajó. Los dos subimos, en silencio. A diferencia del anterior ascensor, este estaba vacío. Las puertas ya se habían cerrado y estábamos ascendiendo. Con disimulo me quedé mirando ese cable que simulaba una cola y se movía de un lado a otro. ¿Podía estar contenta esa maquina? Me pregunté. No le di mas importancia ya que el ascensor se paró en un piso (el cual antes no había indicado).

Se abrieron las puertas y aparecimos en otro recibidor, pero este era el de una casa, habíamos aparecido directamente dentro de una casa.
El lugar era bastante pequeño, y con una sobrecarga de muebles, jarrones, alfombras y todo tipo de papeles en las paredes con estampados de flores. Di un pasito y salí del ascensor. El perro me siguió, colocándose justamente a mi lado. Sin darme cuenta, el elevador desapareció a mis espaldas.
Se respiraba una sensación de inquietud en ese piso. Avancé otro pasito más, y pude vislumbrar al hombre de la perilla a trabes de una puerta medio abierta, llena de mucha gente. Al par de segundos él me vio, su rostro mostraba una expresión incomoda y nerviosa. La gente de su alrededor se percató de su mirada y rápidamente sus miradas se clavaron en mi. Fue cuestión de un abrir y cerrar de ojos, que la puerta se cerró, y a continuación salió del pasadizo un hombre alto, bien galán, que sostenía un pañuelo en su brazo y se plantó delante de mí, de forma que ya no pudiera ni ver la puerta.
- En que podría ayudarla señorita?- se dispuso a decir rápidamente antes de que pudiera inclinarme para seguir mirando la puerta. Su expresión también parecía incomoda, como si tuviera prisa por que me fuera de ese lugar.
- Bueno, en realidad… yo solo le estaba acompañando- dije, señalando al perro metálico, que seguía moviendo el rabito.- Parecía perdido y…
- Muy bien!- Exclamó sin dejarme acabar la frase, e hizo pasar al perro hacia la dirección de la puerta. – Gracias por su ayuda, ya puede marcharse.

Se giró dándome la espalda y acompañando al perro a la habitación.
Pude ver un gran jaleo a través de la pequeña ranura que se abrió en la puerta. Quise hacer algo. Pero no pude, o simplemente no me atreví.
El hombre de traje volvió a salir, insistiendo que me marchara. Pero el ascensor había desaparecido, y no sabía como volver.

- Claro niña, ese ascensor solo sube. Nunca baja- Me dijo, con un tono totalmente distinto al de antes, sonó muy arrogante. Y su rostro ahora era más seguro, e incluso diría que tenía un toque siniestro.
- Entonces, por donde salgo de este lugar?
Me señaló con el brazo una especie de jarrón tetera de gran tamaño, decorado con flores (cómo no). Y En sus bajos tenia una pequeña obertura con forma de puertita. Giré la cabeza y le miré intranquilamente – ¡Pero si es imposible que pueda caber por ese lugar!. No se por qué la situación comenzaba a ser más escalofriante. De la habitación se iban escuchando algunos gemidos, y el hombre de traje cada vez mostraba una cara más tenebrosa.
Volvió a señalar con el brazo, pero esta vez a la mesita de ruedas que había justo enfrente, toda llena de tazas de te, tetera y demás. – ¿Té?- pregunté sin comprender nada. Asintió con la cabeza, agarró uno de los recipientes de sobre la mesa y con una cucharita se dispuso a tirarme unas cucharillas del contenido.


- Polvo de té, querida.- Fue lo ultimo que me dijo, con una macabra sonrisa pintada en su rostro. Y alzando las manos comenzó a volcar la cucharilla sobre mío.
Mi cuerpo no respondía por el pánico que sentía en esos momentos. Intenté taparme lo máximo posible pero de poco sirvió. Instantes después, abrí los ojos y no había nadie a mi alrededor. Parecía que la sala se hubiera agrandado una barbaridad. Mire detrás de mí y me sorprendió que la ridícula obertura de la taza tetera de hace un rato se había hecho de un tamaño suficiente como para que pudiera pasar. Decidí dirigirme hacia allí. No me giré más y me limité a entrar. Era como un montacargas, y este comenzó a descender.
Iba bajando y veía pasar de largo las vigas que lo formaban. Mi cuerpo estaba ligeramente dolorido y en mi mente solo existía la preocupación por el hombre de la perilla.
Llegué al primer piso otra vez, pero todo era gigante. Caminé y caminé para llegar a la salida. Aún así estaba dispuesta a ir en busca de una solución. Atravesé el gran portal y los rallos de luz me cegaron. Seguí unos pasos más y entonces me detuve, comencé a escuchar unos lamentos. Miré hacia arriba, y me pareció ver alguien desbordado en una ventana, regando a lágrimas todo el subsuelo. Intenté visualizar quien era esa persona, y no se por qué sentía por dentro que ese era él. Quise gritarle algo, pero comenzaron a caer sus lágrimas, que más bien eran cubos de agua, y yo una diminuta flor mustia sin solución alguna.
Me comencé a ahogar en su tristeza, y antes de que todo acabara, me comenzó a picar la nariz por culpa de ese dichoso polvo de té. Un estornudo estaba subiendo a gran velocidad..
Achis!

Y desperté.

Hay veces que tenemos que cambiar para poder abrir algunas puertas, o simplemente entrar por ellas. Pero cambiar a la fuerza nunca es la solución mas correcta.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Capitulo XV- ¿Dónde estás? Quiero ser tú.

[…] decidí llamar Hate a esa criatura, ese monstruo sin nombre. Nunca me había gustado sentirme un miembro más ed la familia Hate, pero formaba parte de ella, y no podía negarlo. Lo fui aprendiendo con el tiempo. Al igual que él, formaba parte de mi a estas alturas y tampoco quería desprenderme de él. Por ese motivo y esa relación en común, me pareció el nombre más correcto con el que “bautizarle”. »


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A medida que pasa el tiempo me siento más extraña. Siento un curioso vacío y una forma de ser distinta a no hacía tanto tiempo. No eran las típicas maneras de actuar de Hate.

Constantemente me preguntaba por qué dejaba pasar tales cosas de mi alrededor. Me sentía más débil y vulnerable. En una idea inicial, podría parecer un poco eso que tanto anhelaba. Pero el efecto que me causaba no era ni mas ni menos que un desasosiego constante.

Comencé a escrutar desesperadamente por todos los rincones de mi interior, con intención de encontrarle, ¿dónde andaba ese dichoso monstruo?.Pasado un tiempo suficiente como para que mi histeria pudiera haberse elevado hasta tales puntos que cayera en picado al encontrarse con nada, decidí sentarme arrinconadita en mi ser. Pensar. Debía pensar. Pero rápidamente rompí el silencio de mis ideas a base de sollozos.

Mi estado era ( y está) más confuso que nunca. Parecía que Hate se había marchado, ¿ no era eso lo que había llegado a querer en algún momento?, y además esa tranquilidad que se respiraba últimamente en mi vida podría ser alguna especie de pseudo-felicidad?. No era también lo que tanto quería?. En ese momento el pánico había llegado hasta las puntas de mis piernas. Y fue cuando me planteé que, quizá me había acostumbrado tanto a esto que le tenía miedo a la felicidad. Pánico mas bien!

Aún si eso eran indicios de felicidad, había cosas que no me acababan de hacer sentir bien. Ese vacío y vulnerabilidad me mataban por dentro, y sentía que cada vez pensaba menos. Y no me gusta sentirme así. Comencé a gritar su nombre, en mi interior y en el exterior de ese cuarto de color gris perla. Deseaba que Hate volviera, que no se hubiera marchado, que pudiera recuperarle. La sangre me ardía y solo deseaba pagar por aquellos errores en los que torpemente siempre caía y cometía.

La necesidad de tragarme el dolor como pago por mi forma de ser volvía a invadir mi cabeza. Por mucho que me ardiera, me lo repetía, me lo merecía, y eso calmaba por milésimas de segundo el sufrimiento. Superficialmente. Este volvía a arrancar con más fuerza, destripándome por dentro.

Ya rozando los límites de la cordura escuché su voz desgarrada de siempre, pero esa familiar presencia me hacía sentir un tanto tranquila. Una fina calidez que rodeaba mi amorfo cuerpo, como si de brazos se tratara me susurraba de forma que consiguió calmar las cortinas de agua que caían de esta mirada vacía.

Estoy aquí, me decía, que no se había marchado y no pensaba hacerlo a menos que yo lo quisiera.

- Yo cuidaré de ti. Tranquilízate.- Repetía, mientras el sonido de mi desenfrenada respiración iba disminuyendo…

Aún sus palabras, sentía que ya nada volvería a ser como tiempo atrás.

No creo que sea posible volver completamente a ser como antes, pero quizá de este modo pueda encontrar algo mejor. ¿Yo?, bueno ¿nosotros?.

El vacío nunca está del todo vacío.

martes, 24 de noviembre de 2009

Capitulo XIV – La ciudad 174.


Últimamente mi entorno está en constante cambio. O quizá lo que ha cambiado es mi percepción ante lo que me rodea. Quizá, vaya…

Habitualmente visito una diminuta ciudad, con el propósito de aprender alguna cosa que otra durante mi estancia aquí. Pero tiendo demasiado a acabar despistada, para variar.

En esta ciudad, la ciudad 174 contiene un número demasiado pequeño de habitantes, seguramente insuficiente como para considerarse una ciudad, más bien un pueblito, o algo por el estilo. Pero el caso es que este asfaltado y aparentemente colorido lugar es una pequeña ciudad. Con aproximadamente tres docenas de seres, todos habitantes y pasajeros, como yo.

Curiosamente esos personajillos siempre están riendo, hablando a todo momento, todos muy familiarizados entre ellos. Aunque un poco arrastrados por la inercia. No voy a negar que hay momentos en los que me divierto rodeada por estos, pero al rato comienzo a sentir un vacío. No sabría explicar si precisamente es mío, o está en ellos. Las conversaciones acaban derivando siempre en los mismos temas: que si los cordones de hilo de color de los calcetines, controversias sobre las formas de las espirales o sus experiencias tamborileando cancioncitas sobre trozos de madera.

Y entonces, me comienza a faltar algo más. Comienzo a eludir la situación, despistada entre los pliegues de las nubes grisáceas que comienzan a quitar el color al lugar.

Todo es temporal, y creo que este tampoco es mi lugar.

martes, 6 de octubre de 2009

Capitulo XIII .- Sonrisa blanca, mente gris.



Perdí la cuenta de los días y las noches, de las horas que me pasaba en esta ventana azul, rozando brisa con los dedos. Me perdía.

Por las calles, entre rostros, colores y paredes blancas. Bullicio de docenas de lenguas distintas. A parte de todo eso, había algo más de ese lugar que me gustaba y creo que realmente me hace sentir bien. Cuando camino por ese lugar, soy casi aire. Acostumbrada a sentir la presión de miradas cada vez que salía al gris exterior de asfalto, estar aquí era aliviante. Aun no comprendo el porqué, pero puedo caminar tranquila, sin desasosiego alguno, no noto espesura sobre mío y puedo fundirme con la brisa.

Y allí lo conocí. Recorría una callejuela por la que acostumbraba a pasar. La luz del sol era escasa, y las farolas aún no iluminaban suficientemente la calle.

Como de costumbre, iba caminando contemplando mis alrededores, mientras debatía cosas dentro de mi espesa sesera. Y una oscura sombra, sentada sobre el escalón de un portal me saludó. Tenía una gran sonrisa blanca pintada el oscuro rostro que no pude ver. Me sorprendí, una curiosidad y un recelo invadieron mi mente, seguía caminando, mirando esa sonrisa descollante entre las sombras y me marché.

Pasó algo de tiempo entremedio. Yo iba yendo de allí para allá. Sin hacer nada en concreto, solo disfrutaba. Y entonces me volví a encontrar cruzando la estrella y acogedora callejuela. A diferencia, ese día había luz, se veía claramente cada una de las rayuelas del suelo y los colores de las paredes. Y llegando al final de la calle, un ser envuelto de unas cuantas mesitas sonrió y saludó, como el otro día. Quizá fue la luz del día que me tranquilizó un poco mas esta vez, pero seguía un poco extrañada en ese ser, que hacía sentir perturbada mi invisible estancia en esos momentos. Aun así, no era tan molesto…

Antes de acabar el día, tendría que volver a pasar por esa calle, y decidí pararme para saber algo más sobre el extraño de la sonrisa.

Me volvía a acercar, y el sonido de mis propios pasos comenzaba a molestarme, sonaban demasiado fuerte!. Y esa sonrisa se volvió a alzar. Tan bella y deslumbrante, me daban ganas de sonreír incluso… No parecía muy ocupado así que decidí forzar un poco a mi timidez y le pregunté si podía sentarme un rato para conversar.

-Claro!- Contestó, alzandose aún más esa sonrisa.

¿ no le dolería sonreír tanto? Y no se le cansarán las facciones de la cara? Y todo tipo de preguntas extrañas se me pasaban por la cabeza al contemplar asombrada esa sonrisa.

Al principio las conversaciones eran algo tensas, con pocas palabras. Aunque me moría por preguntar y decir cantidad de cosas.

Poco a poco esa tensión iba desapareciendo, y el hablar era mas natural. Y pronto fue cuando esa mente gris, distinta de las otras seseras de por ahí cerca me llamó la atención. Demasiado complicada y hermética para ser de este mundo.

Aún mi aparente descanso, siempre sigo atenta en busca de esos seres a los que decidí dar mi vida por buscarlos y encontrarlos. Para encontrar a aquel que se me lleve de este planeta, fuera de aquí, más allá de allí. Lejos, en el cosmos de los mutantes.

Por lastima él no era un mutante del cosmos, eso estaba claro. Pero otra cosa que estaba clara era el hecho de ser algún tipo de criatura cósmica. Cada día que pasaba y descubría pequeñitas más entre sus palabras, más se despertaba mi curiosidad. Saber mas de el, conocer un poco más del interior de su mente gris. Se me hacía extraño el hecho de que él me conociera tanto en algunos aspectos, sin conocerme. Me sentía una cebolla a la que le quitaban capas con tan solo palabras. Me daba bastante miedo, la verdad, pero también me hacía sentir algo menos sola.



Todas las primeras impresiones que tuve en el primer momento desaparecían cada día que pasaba envolviendo las horas con palabras y sonrisas. Tenía la acertada sensación de poder aprender mucho de ese curioso ser.

Una sonrisa tan calida que me arrancaba otra a mi…

martes, 8 de septiembre de 2009

Capitulo XII .- Lugar Ameno

Con vistas al mar.



Durante esta pequeña pausa en blanco, estoy de vuelta para parar y exprimir un poco mis memorias en este espacio de tiempo del que vuelvo.

He de reconocer que este ultimo viaje ha sido muy provechoso, encontré algo muy, muy especial.
Llegué a través de campos secos, con espinas y plantas de semillas diminutas y puntiagudas que se agarraban fuertemente a la tela de la ropa. Era un pedacito de mundo con vistas al mar. Rodeado de unos acules turquesa y eléctrico.
Comencé a pasear por la zona, y no pude resistirme a pararme a contemplar ese parking marítimo para barcos. Llamemosle puerto, vaya. En el flotaban todo tipo de barcos; grandes, pequeños, veleros con sabanas grises que ondeaban y bailaban al son de la brisa fresca que traía el mar.
La brisa…Cuánto había llegado a anhelar esa sensación. Cuántas veces me desperté de sueños donde la brisa jugueteaba con mis cabellos y acariciaba mi rostro… fresca como nada.
Ahí estaba. Por fin realidad, y intentaba agarrar ese aire con mis manos, como si de esa forma pudiese conseguir conservar algo de ese momento para sacarlo cuando me fuese necesario.




Por muy agradable que fuera ese sueño vivido en el que estaba, tuve que despertar y seguir. El vivirlo otra vez me había dado un suave y alegre sabor y eso me impulsó a caminar algo más esperanzada de lo que estaba.
Había que admitir que por ser pequeño ese lugar, estaba plagado de gente. Cuanta gente, pero qué pocas personas y seres.
Las casas no eran muy altas; un par de pisos y poco mas. Pero era un lugar precioso. Muy blanco. Me fascinó tanto, que decidí quedarme allí durante una temporadita. Aún toda esa multitud de rostros semejantes que deambulaban por la calle estaba convencida de encontrar algo mas especial. Era un sitio especial.

Tenía un pequeño cuarto. Era blanco. Eso era bueno…Era pequeño, pero luminoso, y lo más importante de todo, no me recordaba a mi antigua habitación. Este tenía una pequeña ventana azul, que cuando la abres entra la fresca brisa marina, y se puede vislumbrar los barcos y la gente del puerto.

Ese lugar era como una pequeña isla en la nada, llena de todo.

Me tumbé en la cama, semi envuelta con esas sabanas blancas, había estado todo el día caminando por lo cual estaba bastante exhausta, y fácilmente me quedé dormida, casi sin darme cuenta.

Me gustaba ese lugar…