jueves, 16 de julio de 2009

Capitulo VIII- Un monstruo sin nombre.




Prefacio:

Cuando la oscuridad y la soledad se abruman, vuelvo a caer, vuelvo a buscarle para que me mantenga entre sus brazos, porque me pierdo y el es mi mejor y más cobarde solución.

Hatey:

Todavía no se que fue lo que me acabó de impulsar a ese pasadizo otra vez.
Debía ir a visitarle. Quizá por mi miedo o por esa delirante pregunta que me cosquilleaba por dentro.

Allí hacía frío. Las paredes eran húmedas y no se por qué fluía una fría corriente por el largo y estrecho pasadizo. Cuando más fondo iba, más oscuro era ese lugar.
Cada paso que daba resonaba en las paredes. Intenté ser sigilosa pero me fue imposible. La impaciencia me comía y decidí acelerar un poco mis pasos.
Ya se comenzaba a ver la puerta: metálica, fría y con sus duros barrotes. Cada vez estaba más cerca. Entonces una fina risita estalló, añadiendose al sonido de mis pasos y de la fría brisa. Era una risa estremecedora.
Y me planté delante de su puerta.
Podía distinguir perfectamente esos dos oscuros, iluminados por una alegría interna que flameaba sin parar. La sonrisa se ensanchó aún más. Y entonces su desgarrada voz sonó:

- Vaya, vaya, vaya… Qué sorpresa tan agradable. Qué haces aquí, pequeña?
- Tenía una duda.- Mi voz sonaba igual de plana que de costumbre. Me pareció bien mantenerla así.
Se sorprendió, pero volvió a fijar su sonrisa otra vez.
- Cómo… cómo te llamas?
- Hatey…- Soltó entre esa gran sonrisa.
- No!- grité.
- Entonces, cómo debería llamarme?- Preguntó con un tono despreocupado.
- Pues… no lo sé. Por eso he venido aquí.- Mi preocupación resaltó en esas ultimas palabras. No comprendía por qué seguí ese impulso de bajar hasta ese lugar para preguntarle una cosa así, pero allí estaba.
Y su voz rompió mis pensamientos.
- Bueno, pues entonces no tengo nombre.

En ese momento su mirada no lucía tan resplandeciente como segundos atrás. Entonces alguna cosa se estremeció dentro de mi desdichado ser. ¿Podía ser que ese monstruo sin nombre también tuviera sentimientos?.
Quizá en el fondo, él también fuese una criatura solitaria como yo, y en el fondo buscase algún tipo de calor al que aferrarse, pero sus maneras no sean las más correctas.
Alcé un poco el brazo, y alargué los dedos. De las rejas se deslizó un amorfo y tembloroso brazo, de largos dedos que se alargaban cada vez más con fin de llegar a alguna parte. Me entristecí. Era como si una voz muda de tras los barrotes suplicase ayuda. Rogaba salir de esa cárcel, y esa tristeza con la que rogaba me era muy familiar…
Tristemente familiar…

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