miércoles, 22 de julio de 2009

Capitulo XI .- Tormento tras la máscara.





Prefacio:

No hay peor mentira que la que uno mismo se pueda dar.



Hatey:


Ya ha pasado un poco de tiempo desde que decidí salir de aquel lugar en busca de soluciones y respuestas que nos ayudaran a salir adelante.
Y realmente, siento un ligero cambio de mentalidad. El detenerme a intentar comprender a personas de mi alrededor me ha traído muchas sorpresas, e inquietudes. Todo he de decir que aún me cuesta, y que probablemente se me pasen bastantes cosas por delante y no las atienda como son debido. Espero poderlo remediar más adelante.

Entré en unos senderos algo ya conocidos, con árboles psicodélicos y un cielo claro, el cual iluminaba todo los alrededores. Pero aún su fulgor, no había rastros de un sol que realmente iluminase el paradero.
Allí conocí una persona. Era un chico de un tamaño bastante grande con espaldas caídas y pelo revuelto. Eso era todo lo que se podía ver a simple vista, ya que, su rostro estaba cubierto por una dura máscara: esta era de un color frío y opaco, en la cual estaba grabada una sonrisa. Una cara sonriente.

Pero mi mente comenzó a pensar más allá de esa mascara.
Parecía alegre por su tono de voz, pero quizá solo era una ilusión que creaba la careta de cerámica. ¿Qué había detrás de ella como para tener que esconderlo?
Decidí quedarme un rato en aquel lugar. Me preocupó la situación, y subliminalmente sentía una extraña nostalgia procedente del interior de la máscara.
Pensé en varios motivos por los cuales podía llevar esa “cosa” que ocultaba el otro lado:
Las ideas más esperanzadoras decían algo así como: quizá el hecho de llevarla le dé más fuerza para afrontar sus asuntos.
Pero un luctuoso sentimiento me envolvía al pensar en el otro lado. Un lado muy familiar.

Con el paso del rato y después de platicar bastante conseguí que se abriera un poco, y comenzó a confesar alguno de sus sentimientos retorcidos en su interior. Y me asustó. Su triste e inerte forma de ver las cosas, la vida y las personas, me dieron un terrible miedo. Me quedé sin aire. Porque en sus palabras, sentí una tristeza tan semejante a la mía…Un mismo dolor que tiempo atrás me ahogaba noche tras noche, amedrentador, del cual no podía huir y eso me comía por dentro. Era el mismo.
Creo que llegué a comprender un poco su miedo, tan parecido al que viví y aun hoy en día me devora al mínimo despiste. Y a medida que corrían palabras, podía ver con más claridad su muro. La forma en que se encerraba, se protegía en su interior, algo más grande que una simple coraza. El tiempo y las personas le habían hecho aprender (o creer) que era mejor refugiarse dentro de uno mismo, que esa era la mejor forma para no volver a salir dañado otra vez, y así caer en el recelo y la introversión.
Entonces sentí unas ganas enormes de querer ayudarlo. Pero a la vez una gran impotencia;¿ cómo podía ayudar a alguien que se encontraba casi igual de encerrado que yo misma?
Pero aún peor… ¿cómo se puede ayudar a alguien que no quiere ser ayudado?...
No se puede.

En momentos la desesperación me consumía, y comenzaba a tamborilear con los dedos sin parar. Pensando. Pensando. Quería ayudarle, y quizá de esa forma conseguiría alguna respuesta la cual poderme aplicar a mi misma. Pero no sabia como.

Y entre algunos silencios decidí resolver alguna de esas nerviosas dudas que correteaban por mi mente.
- Y esa máscara? Por qué la llevas? –Sonó mi voz aguda y curiosa.
- Para sonreír.
- Es que acaso no sonríes debajo de la mascara?
No contestó, por lo que pude deducir que probablemente un rostro apenado se cobijaba tras esa sintética sonrisa.
- Si sonrío, la gente no se preocupará de los problemas, y eso será un problema menos.- Dijo con una voz bastante apagada, sin ningún tipo de alegría.

Ya no supe que responderle. Me entristecí. Pensé un rato en las similitudes que había entre su dura mascara, de la cual descollaba una triste mirada de los orificios para los ojos, su duro y frío muro y mi oscuro castillo, que en realidad, ejercía la misma función que su muro.

Seguimos conversando, pero a medida que pasaba el tiempo, había momentos en que tenía la sensación de hablar con un muro, frío y duro, el cual en el fondo no quería cambiar, que más bien eludía toda la situación. Y en parte le entendía.
Esta impotencia y comprensión me trastornan.
Debo seguir mi viaje, pero no me alejaré mucho de aquí. Para el día en que satle su muro… espero que lo consiga…
Porque yo creo en él.

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